Es una gringa que vive en California, cerca al puente Los Ángeles, en el Condominio Los Cóndores de Chaclacayo. Llamarla por el nombre que figura en su partida de nacimiento, Ingeborg Zwinkel, sería como cortar la mitad de su cuerpo. Ella es la Gringa Inga, nada más, la más querida del Perú. Acompañó a Augusto Ferrando durante 39 años en su programa Trampolín a la Fama, donde le pusieron el apelativo que hasta ahora la acompaña. Hoy se refugia en la soledad de su casa en Chaclacayo, donde vive hace 39 años y pasa el día matando el tiempo, tratando de rescatar los recuerdos que ya se han ido de su frágil memoria.
Para llegar a la casa de la Gringa Inga, uno se tiene que bajar en la carretera central, caminar unas cuadras y adentrarse en el Condominio Los Cóndores, subir un pequeño camino de tierra y tocar una campanita que se luce en la reja de la puerta. Pronto asomarán la cabeza por la ventana de la casa, en lo alto del cerro, Rosa o Tito. Demorarán en bajar unos minutos, porque ir a la casa de la Gringa Inga no es fácil. Se tiene que caminar por un surco de tierra y subir muchas escaleras de piedra que, por fin, desembocarán en el lugar favorito de la Gringa Inga: el patio, rodeado de árboles y plantas. En el centro, un rústico juego de sala adorna el lugar. Al fondo se asoma una parrilla y una piscina llena de desmonte que nuca ha sido usada.
Cinco de la tarde del 31 de diciembre de 1994. El set de Trampolín a la Fama está atiborrado de publicidades de todo tipo: Goldex, Gloria, Viniball, Cebra, Faucett Perú. Del techo cuelgan globos de colores que complementan la decoración estridente del programa. Parados en el centro están, Leonidas Carvajal, Violeta Ferreyros, Tribilín, Chicho, la Gringa Inga y Augusto. —Ahora le toca a la Gringa Inga, ¡Ay Dios mío!— gesticula Ferrando con su voz ronca y pegajosa, pasándole el micrófono con rapidez. Ella, con la mirada perdida, el cabello alborotado y una chompa morada adornada con un collar de bolas negras, empieza a hablar con su castellano masticado. —Bueno, yo quiero decir ustedes, el año pasado ya entiérralo. El año nuevo haga surcos nuevos. Si usted tiene un deseo, un pequeño sueño en su corazón, hágalo y tú vas a ver que si tú empieces, Dios te va ayudar a cumplir—. Sonríe y camina encorvada hacia Ferrando. Aplausos. Un comercial y volvemos.
El conocido conductor de televisión había logrado reunir a los personajes del cholo recién bajado (encarnado por Carvajal), a la criollona (Violeta), al negro poco inteligente (Tribilín) y a la extranjera despistada y bonachona (Ingeborg). El primer programa del conocido locutor hípico se transmitió un sábado por la tarde de 1967. Aquellas épocas eran tiempos bonitos para la Gringa Inga. Le gustaba hacer reír a la gente porque ella sentía que ayudaba a las personas espiritualmente y les alegraba la vida. Paralelamente al programa, realizaba shows infantiles y visitaba albergues y prisiones.
Pocos saben que nació en Alemania y se mudó a sus cortos seis años a Estados Unidos. Su padre era muy inteligente, porque inventó algo que ella no recuerda ahora. Tuvo una infancia muy dura: además de ser muy pobre, sufrió maltratos debido a los prejuicios que se tenían de su país de origen. Se casó con Luis De La Torre, un diplomático peruano, y vino a visitar el Perú por diez días, tiempo que se multiplicó por un millón porque desde esa fecha se quedó a vivir para siempre. Simplemente se enamoró del Perú, no hay más explicación. Ahora, la Gringa Inga no recuerda con quién se casó, ni hace cuanto tiempo, sólo sabe que su esposo le llegaba a los hombros y ríe cada vez que lo cuenta.
El 13 de diciembre de 1983 fue tomada como rehén en la cárcel de Lurigancho mientras preparaba, con unas monjitas, una chocolatada navideña para los presos. Una religiosa murió en la balacera y la Gringa Inga fue rescatada por la policía con heridas en el cuerpo.
En 1996, luego de 39 años de transmisión, Trampolín a la Fama llegó a su fin. Tres años después, Augusto Ferrando murió de cáncer generalizado a las 10:55 de la noche en la Clínica San Felipe. Hoy la Gringa Inga no recuerda de qué murió Ferrando, ni hace cuanto tiempo la dejó. Sólo guarda en su trajinada memoria la imagen de un buen Ferrando que siempre ayudaba a la gente. El fallecimiento de su jefe y amigo íntimo le afectó mucho. Según un diario nacional, se enteró cuando caminaba desprevenida por la avenida Javier Prado y un desconocido se le acercó y le comunicó la terrible noticia. Entró en shock, simplemente no lo podía creer. Ella y Tribilín se desmayaron por unos segundos cuando introducían el ataúd en el nicho del cementerio El Ángel ante la multitud que lloraba la partida del conductor más popular de los últimos tiempos. Desde aquel día se alejó de la vida pública y se recluyó en las montañas de Chaclacayo, porque siempre soñó con vivir en un lugar así. Desde el último programa de Trampolín, apareció muy poco en la televisión. A los pocos años, se hizo ver en una miniserie del canal siete interpretando, sin parlamento, a la descubridora de las líneas de Nazca, María Reiche.
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Siempre quiso ser periodista, para ayudar a la gente. En su juventud escribió algunos artículos para un periódico en Estados Unidos, pero llegó al Perú y su deseo se desvió convirtiéndose en parte del elenco de Trampolín a la Fama, algo que nunca imaginó. Anhela volver a escribir y quiere que le publiquen sus artículos una vez por semana. También le gustaría volver a la televisión para ayudar a las personas a comprender la vida, que no es nada fácil. Quiere dar consejos de amor porque si uno hace las cosas con cariño, dice, Dios te las devuelve.
Es de noche y lleva puestas dos chompas. No hace mucho frío pero, aún así, tiene las manos heladas. En el patio de su casa, la Gringa Inga se recuesta suavemente sobre una silla gigante de madera. —¿Fumas?— pregunta. Sus ojos azules se asoman entre su rostro arrugado y sus blancos cabellos despeinados. —No fumo— respondo. Frunce el ceño y su cara adquiere una mirada de niña. —Entonces ¿por qué has traído cigarettes?— Un foco alumbra a unos metros la puerta de su casa empotrada en el cerro. —Porque un pajarito me contó que le gustaba fumar— dibuja una sonrisa y alza la mirada como buscando la luna en la oscuridad del cielo. Sus manos se ponen en posición de padre nuestro. — ¡Qué lindo pajarito! ¡Gracias pajarito!— Aspira el humo con placer y lo retiene por unos segundos en sus pulmones. Por fin expira profundamente y apoya su codo contra la silla. —¿De verdad no fumas?— pregunta con el cigarrillo en la mano y una expresión de sorpresa. —Bueno, fumo poco—, se queda callada un momento en tono pensativo. —¿Sabes? yo también, mi límite es de cinco a seis cigarettes por día porque he leído en un artículo que esa cantidad no hace daño—. Termina de fumar y deja la colilla en el cenicero sobre la mesa.
No recuerda ninguno de los chistes que contaba en Trampolín a la Fama, sin embargo, no pierde el sentido del humor. Asegura que su castellano, que no es fingido, ya es de por sí un chiste y que le gusta hablar con personas que fuman para así conseguir cigarrettes gratis. Lee porque le agrada y es más barato que ir al cine. Adora a los animales y si tuviera dinero se compraría un caballo. Cada vez que puede va a nadar al Country Club el Bosque de Chosica. Ese es uno de sus pasatiempos favoritos porque la mantiene saludable. Su bebida favorita es el vino, no suele comer carne, y su plato preferido es el pescado. También le gusta caminar y conversar con la gente. Nada le molesta, porque está muy agradecida con todo lo que tiene. Quiere mucho a sus tres hijos y, aunque no recuerda quiénes son sus nietos, sabe que los adora.
De vez en cuando se deja ver en las calles de Chaclacayo o en el mercado de Chosica paseando con una bolsa en la mano y una sonrisa en el corazón. Todos voltean a mirarla y la saludan con mucha euforia. Hace más de veinte años que salió de la pantalla chica y el cariño de la gente se mantiene intacto.
A sus noventa años, camina contra el tiempo y trata de rescatar recuerdos que ya se le han escapado de la memoria. La Gringa Inga se sienta en un tronco en la calle cerca de su casa y saluda con una sonrisa a todo el que pase por su lado. Aunque no está en la televisión, sin querer, alegra la vida de las personas con su inocencia, con su mirada, con sus ocurrencias, con su cariño. Porque la Gringa Inga tiene amor para todos. Tal vez ha olvidado muchas cosas por los años que cargan su vida, pero no ha olvidado lo más importante, la esencia de su existencia: ver la vida con alegría.